jueves, 9 de mayo de 2013

El Tambor de Hojalata...

By  tuomas ikonen

Para decirlo de una vez, fui de esos niños de oído fino cuya formación intelectual se halla ya terminada en el momento del nacimiento y a los que después sólo les falta confirmarla. Y si en cuanto embrión sólo me había escuchado imperturbablemente a mí mismo y había contemplado mi imagen reflejada en las aguas maternas, con espíritu tanto más crítico atendía ahora a las primeras manifestaciones espontáneas de mis padres bajo la luz de las bombillas.
Es un niño — dijo aquel señor Matzerath que creía ser mi padre —. Más adelante podrá hacerse cargo del negocio. Ahora sabemos por fin para quién trabajamos.
Mamá pensaba menos en el negocio y más en la ropita de su bebé: —ya sabía yo que iba a ser un niño, aunque alguna vez dijera que sería una nena.
Así tuve ocasión de familiarizarme tempranamente con la lógica femenina, y enseguida dijo: —cuando el pequeño Oscar cumpla tres años, le compraremos un tambor.

Gritando pues por fuera y dando exteriormente la impresión de un recién nacido amoratado, tomé la decisión de rechazar rotundamente la proposición de mi padre y todo lo relativo al negocio de ultramarinos, y de examinar en cambio con simpatía en ese momento, o sea en ocasión de mi tercer aniversario el deseo de mamá.
Al lado de esas especulaciones relativas a mí futuro, me confirmé a mí mismo que mamá y aquel padre Matzerath carecían del sentido necesario para comprender mis objeciones y decisiones y respetarlas en su caso.
Solitario, pues, e incomprendido yacía Oscar bajo las bombillas, habiendo llegado a la conclusión de que aquello iba a ser así hasta que un día, sesenta y setenta años más adelante, viniera un corto circuito definitivo a interrumpir la corriente de todos los manantiales luminosos; perdí en consecuencia el gusto de la vida aún antes de que esta empezara bajo las bombillas, y sólo la perspectiva del tambor de hojalata me retuvo en aquella ocasión de dar a mi deseo de volver a la posición embrionaria en presentación cefálica una expresión más categórica.

GÜNTER GRASS. El Tambor de Hojalata




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